Desgraciadamente, el terrorismo vuelve a estar en el centro de la actualidad. Tres asesinos se han escondido tras el islamismo para sembrar el terror desde Francia a todo el mundo, de todos es conocido y nada tengo que añadir ni valorar de esos actos atroces. Pero se me quedan algunas preguntas sin respuesta, preguntas que creo que van más allá del hecho terrorista para bucear en las causas psicológicas y sociales de tales actos bárbaros. Es un tema que desde hace tiempo me preocupa y que creo fundamental para entender la raíz del terrorismo, como también para entender la violencia ligada a las mafias o al narcotráfico. Pero insisto para evitar equívocos de cualquier tipo, no hay disculpa para los actos que hemos vivido la semana pasada ni intento justificar nada, aunque sí me parece de interés saber el caldo en el que se cuecen estos salvajes.
Por lo que podemos leer en la prensa de estos días, las vidas de los hermanos Kouachi y de Amedy Coulibaly poseen ciertas características que creo conveniente analizar. No tengo más fuentes que la prensa, pero, si no me equivoco, hablamos de franceses de nacimiento, huérfanos -o quizás abandonados cuando eran muy críos, según algunos periódicos- recogidos en centros de acogida; vivieron una infancia en barrios marginales cercanos a París, barrios en los que la violencia es una forma de vida; convivieron con las drogas y parece ser que se dedicaron al trapicheo desde bien jóvenes; flirtearon con grupos radicales y violentos que se alimentan de los jóvenes sin esperanza de esos barrios marginales; por supuesto, pasaron por la cárcel, lugar en el que encontraron a otros como ellos para alimentar sus obsesiones; sobrevivían gracias a ayudas asistenciales, aunque en algún momento llegaron a tener algún empleo precario, pero nunca tuvieron la formación o la oportunidad de tener un empleo que les ofreciera un futuro. Visto todo esto, la pregunta es: ¿no es éste el cuadro que bien podría describir el entorno en el que crecen los narcotraficantes colombianos, o los Mara Salvatrucha en El Salvador, o los integrantes de la Camorra Siciliana, o los mafiosos rusos, o los integrantes de bandas en el Bronx? Entiéndaseme, no me estoy refiriendo a los capos de esos grupos porque, cuando hablamos de terroristas o de narcotraficantes o de mafiosos, los capos siempre están a salvo de nuestras miradas. Me refiero a los que están dispuestos a dejar su vida y llevarse por delante a quien fuere solo por conseguir un objetivo que alguien les ha indicado. ¿Cómo debe funcionar la mente de un sujeto que es capaz de inmolarse en nombre de una meta que alguien le ha inculcado? ¿Cómo ha sido capaz de llegar a ese punto de deshumanización? ¿Cuál debe ser la recompensa que justifique un acto tan atroz? ¿Hasta dónde puede llegar una persona sin esperanza? Creo que estas preguntas son las que nos llevan a la raíz del problema y también creo que el caldo de cultivo en el que aparecen estos sujetos no nos es tan desconocido: la pobreza y la ausencia de toda esperanza que genera la desigualdad.
Suponiendo que hayan acertado en algo mis preguntas, ver a Angela Merkel o a Mariano Rajoy en primera fila de la manifestación de ayer resulta cuanto menos irónico. Europa -y especialmente España- camina hacia una desigualdad cada vez más acusada y preocupante. ¿Qué hacen nuestros dirigentes por luchar contra la desigualdad? ¿Creemos seriamente que con las políticas actuales encontraremos la manera de compensar las desigualdades? Si la desigualdad es el caldo de cultivo del terrorismo, ¿qué grado de responsabilidad pueden tener nuestros gobernantes en el crecimiento de esos grupos violentos? Señores gobernantes, si de verdad nos quieren ofrecer seguridad y bienestar, preocúpense de desarrollar políticas que reduzcan la desigualdad y que ofrezcan un futuro a los más desfavorecidos, pero, por favor, no se escondan tras políticas represivas y restricciones de las libertades porque ése no es el camino para evitar que haya locos dispuestos a matarnos.
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