29/1/15

Miradas sobre la desigualdad: Pedro

Pedro tan solo es un nombre imaginario y no puedo decir que conozca a un chico que sea el que voy a describir. Aunque eso no quiere decir que hable desde el desconocimiento porque, por mi experiencia profesional, sí puedo afirmar que he conocido a decenas de chicos que podrían ser Pedro. Durante años les he visto, con algunos he tenido una relación cercana, incluso hemos empatizado y han llegado a confiar en mí hasta tal punto que me han permitido sentir muy cercano el sufrimiento de una vida repleta de cargas injustas e insoportables. Sé que algunos han podido superar las dificultades felizmente después de mucho esfuerzo, aunque también sé de otros que han acabado por sucumbir en el pozo.

Pedro es un chico desafiante, a veces violento y casi siempre al margen de las normas. Se balancea entre el absentismo escolar o la provocación continua. Por supuesto los profesores representan la autoridad y su rebeldía le conduce a oponerse con las armas que posee, aunque su odio no tenga un rostro ni un objetivo. Pero es que Pedro se siente fuera de lugar. Casi todos sus compañeros aceptan las normas, superan etapas y muy probablemente llegarán a tener una vida tranquila y moderadamente placentera. Son compañeros que han tenido la protección que merecían y que tendrán el apoyo y el cariño suficientes como para crecer sanos y fuertes ante la vida. Pero Pedro seguramente ya intuye que eso no pasará con él. Tiene catorce o quince años y tiene motivos sobrados como para sentirse un auténtico desgraciado. A veces Pedro tiene un padre o una madre excesivamente despreocupada, a veces del todo irresponsable y en demasiadas ocasiones el padre o la madre son verdaderos hijos de puta que le hacen la vida imposible. Quizás fue un chico deseado, aunque Pedro no recuerde una muestra de cariño ni de confianza. No sé si los demás podemos comprender el sufrimiento de un chico que sabe que le abandonan las únicas personas que deberían amarle, que le rechazan constantemente o, peor aún, que le hacen pagar sus propias frustraciones. Viven en familias sumergidas en el paro o apuntaladas con sueldos miserables, cercanas a la ignorancia, a veces desestructuradas y siempre víctimas de la desigualdad. También es verdad que a veces Pedro tiene unos padres amantes y protectores, pero absolutamente confundidos ante una realidad que les impide estar con su hijo. Me he encontrado con padres que ven a sus hijos tan solo unas horas por la noche después de llegar absolutamente agotados por el trabajo y entre lágrimas confiesan que no tienen ninguna influencia sobre ellos. Sea como fuere, el caso es que Pedro es una víctima del todo inocente y arrastra su tragedia desde que era bien pequeño. Pedro es inteligente, a veces muy inteligente, aunque eso le convierte en un ser aún más desgraciado porque comprende que la vida le está atropellando injustamente.

Se me podrá decir que estas desgracias, que existen y son verdaderamente trágicas, nadie las puede evitar. Se me podrá decir que son cosas que pasan y que no hay remedio, pero, por mucho que se me diga, nadie podrá convencerme de que debemos bajar la cabeza, que no podemos hacer nada o que no tenemos ninguna culpa. Comenzando, por supuesto, por los poderes públicos. ¿Para qué necesitamos un estado que no puede evitar el sufrimiento de un niño? Los poderes públicos -estado, comunidades autónomas, ayuntamientos,...- tienen la responsabilidad de ser los primeros en actuar porque, si no es así y mientras no hagan nada por evitar que haya un solo chico desgraciado, estarán condenando a una parte de la población a la miseria, a la marginalidad y a la tragedia de tener que vivir. ¿Cómo evitarlo? Pues medios hay y debe haber: programas de detección y planificación; programas de inserción laboral; apoyo psicológico a los chicos y, por supuesto, a las familias; seguimiento y ayuda efectiva de servicios sociales; atención individualizada en las escuelas; maestros y profesores de refuerzo o creación de grupos con adaptación curricular... Medios hay. Y si no los hay, se inventan. Porque, ¿qué sentido tiene dedicarse al servicio público si no es para evitar el sufrimiento de los más débiles ante la tiranía o la injusticia de los más poderosos? Señores, vayan pensando.

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