16/2/15

Derecha, izquierda y el limbo

Escucho con demasiada insistencia a muchos de nuestros políticos intentando deshacerse de las "viejas etiquetas" o de las "etiquetas de la vieja política", como ellos las llaman, es decir, de aquellas categorías que hasta hace bien poco nos ayudaban a ordenar la geografía de las ideas políticas. Izquierda y derecha son conceptos que ahora parecen condenados al emborronamiento y a esa labor se dedican muchos de nuestros políticos con el argumento de mirar hacia un futuro desideologizado, aunque me da en la nariz que más bien buscan una ocultación interesada con la vista puesta en la caza de votos. Sin embargo, no creo que sea tan fácil deshacerse de las etiquetas sin olvidarse de los principios y, en todo caso, me niego a aceptar que el discurso político y las viejas categorías deban quedar enterradas bajo la manipulación del márqueting, el desinterés ideológico o la pura ignorancia política. La ideología es mucho más que una simple significación, la ideología es reflexión sobre los fines y los medios, y sin reflexión, ¿qué es la política?

En esa labor manipuladora ya se situó hace años la derecha española, ocultando la etiqueta derecha al tiempo que nos señalaban un aparente viaje hacia el centro. Nos quisieron vender que buscaban un equilibrio neutral, como si así pudieran ocupar un basto espacio sociológico dominado por lo que ellos denominaban el "sentido común", la "concordia" y la "equidistancia". Pero, en realidad, lo único que deseaban era alejarse de una imagen rancia, ligada no a la derecha democrática, sino a la herencia ideológica que de forma natural les correspondía procedente del franquismo -una herencia que, sin embargo, aceptaban cuando el tono alcanzaba la intimidad. La derecha española sigue siendo derecha y, en demasiadas ocasiones, muy de derechas. A los hechos me remito: leyes antiabortistas solo suspendidas en el último momento para no correr el riesgo de un hundimiento en votos; leyes que redefinen el terrorismo hasta alcanzar actos de protesta absolutamente democráticos; recortes en los derechos fundamentales de expresión y opinión a través de leyes sin consenso ni apoyos; abandono de políticas de rescate a pobres, desahuciados y demás víctimas sociales; políticas liberales que contienen algo más que guiños a la economía especulativa; menosprecio a las consecuencia que la crisis impone a los más débiles; recortes brutales en sanidad y educación públicas, acompañadas de las correspondiente campañas de desprestigio de lo público. No sigo, pero, por mucho que quieran evitarlo, la etiqueta derecha les corresponde con todo merecimiento.

Al hilo de todo esto, recuerdo una encuesta realizada por el CEO en Catalunya en el año 2013 que me llamó mucho la atención. Resulta que más del 39% de los catalanes se declaraban de izquierda, mientras que los que se confesaban de derecha no llegaban al 4% -convirtiendo a Catalunya en algo así como la arcadia de la izquierda mundial. Los catalanes también valoraban que ERC era un partido más de izquierda que ICV o que la CUP. Sin embargo, pocos, muy pocos catalanes habrán visto alguna vez a los dirigentes de ERC en actos reivindicativos de carácter social o en una huelga general, y seguro que nadie se los ha encontrado jamás en las luchas de los trabajadores contra el poder empresarial. ¿Cómo es posible, entonces? Pues porque en Catalunya las categorías políticas se han visto retorcidas por la perspectiva nacionalista-independentista. Por ejemplo, muchos de los catalanes entienden que Artur Mas es de izquierda por el simple hecho de que desea una Catalunya independiente, mientras que consideran que Albert Rivera es un fascista porque no desea la independencia, pero son pocos los catalanes que reconocen que ambos, Mas y Rivera, se encuentran en el mismo espacio ideológico, si exceptuamos la cuestión nacional. Pero es que cuando las categorizaciones se realizan bajo la perspectiva nacional, lo único que demostramos es una ignorancia política descomunal, además de una tergiversación interesada por parte de los que desean desvanecer la lucha vertical en el enfrentamiento territorial. Solo quiero recordar que las políticas de recortes llevadas a cabo por CiU fueron anteriores e implantadas con tanta o más dureza que las llevadas a cabo por el PP, solo quiero recordar que los colegios del Opus Dei en Catalunya están bajo la protección de la Consellera d'Ensenyament, recordemos las durísimas políticas represivas de Felip Puig como Conseller d'Interior o no olvidemos que la alta burguesía catalana encuentra en CiU el aliado político perfecto para seguir manejando los intereses del país -es decir, sus propios intereses y privilegios.

Por último, los nuevos partidos como UPyD, Podemos o Ciudadanos, han irrumpido a codazos para hacerse un hueco en el panorama político español. Huyen de las etiquetas tradicionales para enviarnos un mensaje de transversalidad, aspirando a ocupar un espacio sociológico amplio, lo suficientemente amplio como para dinamitar el bipartidismo y atraer a la vez los votos de simpatizantes del PSOE y del PP. ¿A costa de qué? Pues a costa ni más ni menos que de una cierta indefinición ideológica para deshacerse de etiquetas que consideran que pueden restar más que sumar. UPyD y Ciudadanos apelan a una centralidad política, pero con fuertes matices de nacionalismo español para contrarrestar otros nacionalismos. Podemos está elaborando un discurso que solo quiere diferenciar entre "los de arriba" y "los de abajo", a la vez que intentan disimular la roja biografía de muchos de sus dirigentes. Pero si aspiran a gobernar en algún momento, bien tendrán que definirse sobre temas que tocan a la economía, a la igualdad, a los servicios públicos, a la justicia, a la política internacional y a otros muchos temas con fuerte carga ideológica. El limbo en política, de momento, no existe. Podrán esconder o disimular sus principios tras una cortina de humo, pero no podrán evitarlos, si es que sus propuestas no son puro populismo en busca de un gobierno que no sabe exactamente a dónde ir.

Por cierto, ¿y el PSOE? Pues en el limbo, a pesar de sus muchos militantes que aún respiran socialista y que miran hacia un horizonte de izquierda. Aquí sí que parece que la maquinaria del partido está empujando al partido al limbo, aunque bien harían en recordar sus dirigentes que el limbo solo se alcanza después de muertos y, en muchos casos, antes de llegar al infierno.

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