7/12/14

Los caminos hacia el independentismo catalán

Ya sea desde el estado español o desde Catalunya, el análisis del crecimiento del movimiento independentista debería ofrecernos muchas pistas sobre las respuestas adecuadas que desde el poder -tanto español como catalán- se podrían ofrecer. No sé si todos los partidos políticos son conscientes de esas causas, no sé si son capaces de analizar cómo y por qué han crecido en los últimos años los defensores del independentismo catalán, supongo que sí, aunque tengo la certeza de que a algunos interesa enrocase en su coraza ideológica obcecados en la rentabilidad de unos votos. Aún así, en algún momento deberemos centrarnos en los caminos de salida y, como paso previo e ineludible, deberíamos analizar los caminos de llegada por si encontráramos algunas claves que nos dejen ver más claramente. Por supuesto, en este artículo corro el peligro del reduccionismo y de oscurecer parte de la realidad catalana, pero no tengo más intención que la de exponer algunos elementos de reflexión.

Desde hace años, el tema de la independencia ha rondado las conversaciones de muchos catalanes, pero también es verdad que los argumentos para defenderla han sido muy diversos y surgidos desde diferentes posiciones de salida. Algunos han abogado por la defensa de la nación y los argumentos se construían desde la historia, el sentimiento, la cultura y la lengua. Otros han recurrido al análisis económico y el difícil equilibrio de unas balanzas fiscales que no se sabe bien si son o no solidarias. Y los más actuales, y que han hecho crecer con mayor rapidez el sentimiento independentista, son los políticos, los que apelan al maltrato institucional o al rechazo a unos gobernantes y un estilo de hacer política. Por supuesto, estos argumentos en muchos casos se entrelazan de tal manera que es difícil desentrañar los sentimientos nacionalistas, de las reflexiones económicas o las políticas, pero ya he avisado y soy consciente de la simplificación a la que me enfrento.

Desde el nacionalismo. Cuando un nacionalista defiende su nación como único horizonte político, el diálogo queda agotado. No suelo ni quiero discutir con un nacionalista, ya sea francés, catalán, español o estadounidense, el diálogo es sencillamente imposible porque desde el sentimiento todo adquiere un único sentido incompatible con la razón. No puede haber objeción racional posible a un sentimiento de pertenencia que apela a la tradición única, la lengua única, la cultura única o, incluso, a los hábitos más cotidianos únicos. El nacionalista siente que forma parte de un destino común e interpreta la historia y la realidad circundante desde una óptica hermética. Y, si bien es cierto que durante años ese nacionalismo catalán se había mantenido estable sin variaciones significativas -a pesar de los esfuerzos por vigorizarlo por parte de figuras tan emblemáticas como Jordi Pujol y sus más de dos décadas de gobierno-, en los últimos años ha encontrado su acicate perfecto en el nacionalismo español. Mucho habría que decir sobre el nacionalismo en general y del catalán o el español en particular, pero no es éste el momento de alargarnos. Lo que sí puedo afirmar es que al nacionalismo no se le puede discutir desde el nacionalismo, ése es un diálogo de sordos.

Desde la economía. ¿Quién no ha oído alguna vez el cacareado y vergonzoso lema "España nos roba"? También éste ha sido un argumento recurrente de muchos nacionalistas. Las balanzas fiscales -el déficit entre los impuestos que aportan los catalanes al estado y el dinero que regresa a Catalunya en forma de inversiones o de gasto social- ha sido una fuente inagotable de argumentos. Ni siquiera los expertos se han puesto de acuerdo en una cifra, aunque es evidente para todos que Catalunya aporta más de los que recibe. Pero, siendo así, deberíamos distinguir dos tipos de argumentos: los que simplemente muestran rechazo, xenofobia y menosprecio por los ciudadanos de otras comunidades y aprovechan cualquier excusa para dar la espalda; y los que reclaman una negociación porque, asumiendo el principio de solidaridad interterritorial, no aceptan la gestión y distribución actual de esos impuestos.

De los primeros tenemos muchos ejemplos: los catalanes pagan mientras los andaluces se pasan el día de rebujito en rebujito -famosa aportación del señor Durán i Lleida que tuvo a bien regalarnos tal perla sin tener en cuenta, por ejemplo, que los andaluces poseen los tipos más altos de IRPF y, por tanto son los que más pagan, o que estaba criminalizando a los parados y jornaleros sin que ellos tengan culpa alguna de su situación-; el alto índice de funcionarios de otras comunidades en comparación con Catalunya, pagados, afirman rotundos, con los impuestos de los catalanes; las elevadas inversiones del estado en otras comunidades, pagadas otra vez con el esfuerzo catalán que poco o nada recibe a cambio. Y no digo yo que no tengan sus razones para afirmar, en algunos casos, tales agravios, pero deberíamos saber criticar la gestión sin atacar a las personas -víctimas- que, además, son las que más sufren las desigualdades y las injusticias.

De los segundos argumentos económicos poco puedo decir, más allá de reclamar transparencia y diálogo. Transparencia porque nuestros gestores políticos han hecho del oscurantismo su parapeto, la coraza que les ha permitido hacer demagogia y engañarnos para que veamos en el otro al incompetente o al malversador. Y diálogo porque somos muchos los que creemos en la solidaridad y en la equidad. En todo caso, las soluciones pasan por entender que más que territorios favorecidos o agraviados, siempre hay una clase de ciudadanos que pagan los excesos de otros y que, tanto a unos como a otros, los encontramos en todos los territorios.

Desde la política. La juego político entre el nacionalismo español y el catalán, desde los gobiernos de Aznar hasta el día de hoy, se ha construido desde la desconfianza. Del increible "hablo el catalán en la intimidad" del señor Aznar -por ridículo, falso, interesado y demagógico-, pasando por las promesas incumplidas de Zapatero -"defenderé el estatuto que apruebe el Parlamento Catalán"-, o siguiendo con la recogida de firmas del PP en contra la reforma estatutaria, la posterior denuncia ante el Tribunal Constitucional, las declaraciones extemporáneas de la mayor parte de los dirigentes del PP y de muchos barones del PSOE, la "españolización de Catalunya" del señor Wert, el ninguneo al que se ha sometido a millones de catalanes que se han manifestado reclamando más autogobierno,... ¡Para qué seguir! La derecha española y una buena parte del PSOE no han sabido entender nunca lo que significa un estado plurinacional. Y no lo han entendido porque solo han sabido acorazarse en el nacionalismo español como solución contra el nacionalismo catalán. Ya lo he dicho antes: no hay diálogo posible desde el nacionalismo y nunca será posible discutir un nacionalismo desde otro nacionalismo. Puerta sin salida.

A partir de aquí y solo desde una decisión firme de diálogo es posible entender algo de lo que sucede en Catalunya. Desde mi punto de vista, falta empatía política y social, falta la clara decisión de llegar a entender y ofrecer la sensibilidad y voluntad suficiente como para que todos podamos sentirnos orgullosos y cómodos. No creo que el PP o el PSOE puedan llegar a solucionar nada. Como tampoco creo que CiU o ERC quieran o puedan ofrecer una solución que satisfaga a una mayoría. Por lo tanto, solo puedo esperar que los partidos de izquierda reaccionen y sean capaces de ofrecernos un nuevo horizonte, que sean capaces de superar las limitaciones que siempre miran hacia el ombligo y que recuperen los ideales de la solidaridad y el progreso.

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