8/12/15

En política, nos jugamos la vida y la felicidad

En el panorama actual, muchos líderes se han aprendido bien la primera lección del político impecable. ¡Faltaría más! Esos políticos bien enseñados afirman con soltura que la política es el ámbito del bien-común y que su objetivo no puede ser otro que buscar ese bien-común. Respuesta correcta, sardinita para la morsa. Claro que repetir las respuestas que espera el profesor no asegura que hayan sido comprendidas. Seamos incisivos y preguntemos: ¿Qué entienden los políticos bien enseñados por bien-común? Y aquí es donde se nos pierden y confunden. En muchas ocasiones equivocan común con mayoritario y en otras con lo conveniente para un colectivo o clase determinada o sus votantes. Pero aún puede ser peor, porque los políticos más peligrosos acaban mintiendo descaradamente, manipulando la imagen de la realidad para hacernos creer que ellos no pueden hacer más de lo que hacen porque la realidad es muy dura y el bien-común vive muy alejado de nuestras posibilidades: el birlibirloque del político mediocre, ni más ni menos. 
Pero aclaremos un poquito más eso del bien-común. El bien-común no puede ser otra cosa que ofrecer la posibilidad para que todos, sin exclusión, tengamos a nuestro alcance los medios suficientes y necesarios para llegar a ser felices. Vuelvo a insistir: todos, sin exclusión. Antes de continuar, bien debiéramos aclarar qué significa eso de llegar a ser felices. La pregunta la podríamos formular de la siguiente manera: ¿En qué consiste la felicidad? Advierto: mi respuesta no es evasiva, aunque lo parezca. Una respuesta honesta solo puede indicarnos que el camino hacia la felicidad es individual e íntimo, que la felicidad se conforma a partir de elementos que tienen que ver con lo que hemos vivido, con lo que hemos sufrido o con el contenido que ha empedrado nuestro imaginario más íntimo. La felicidad como meta se configura a la luz de nuestras sensaciones y sentimientos más subjetivos. Así que, nada de modelos ni voluntades ajenas. Nada de felicidades de receta. ¡Por favor, no insulten nuestra inteligencia! Eso solo vale para los muy ingenuos que se conforman con un póster acaramelado y una frase de Coelho. La felicidad es una búsqueda individual y radicalmente solitaria. Y precisamente ahí encuentra su dificultad. Pero sigo. Digo que es una tarea solitaria en el sentido de que nadie puede sentir por nosotros, aunque, eso sí, pueda y deba construirse al lado de otros. Así pues, la mirada sobre la felicidad es enteramente subjetiva, aunque el paisaje se construya en lo colectivo. Y ahora es cuando entra en juego la política. Porque, aunque el dibujo de la felicidad es subjetivo: primero, ésta solo es posible junto a los otros; y, segundo, la búsqueda de la felicidad es un objetivo universalmente compartido.

Así pues, la búsqueda de la felicidad se configura como principio fundamental, o como principio formal descargado de todo contenido, un principio que Kant (el famoso que no aciertan a citar del todo bien algunos políticos) hubiera aplaudido sin discusión. Ya lo sé: no soy original y muchos antes que yo ya lo anunciaron. Pero es que ese principio fundamental se nos olvida muy a menudo. En demasiadas ocasiones se nos hace creer que la felicidad es aquello que otros desean para nosotros, marcándonos así el camino. Por ahí es cuando entramos en el terreno del engaño, de la manipulación y los intereses egoístas. La Iglesia, los asentados en el poder, las patrias como instrumento de adocenamiento, el consumismo enfermizo,..., todos aquellos interesados en soplarnos a la oreja cómo debemos sentirnos felices y cuál es el camino que debe guiarnos, esos son los peligrosos. Pero debemos ser tajantes: todos tenemos derecho a elegir nuestras propias equivocaciones, a elegir nuestros propios deseos, nuestros horizontes y las sendas que deseamos caminar. En eso y no en otra cosa consiste vivir, a no ser que queramos vivir la vida de otros sin sentirla nuestra.

Dicho esto, volvamos por fin al objetivo de la política. Hemos dicho que la política solo puede tener como finalidad ofrecernos a todos, sin exclusión, la oportunidad de encontrar la felicidad (objetivo formal y universal), pero en ningún caso debe dictarnos qué debemos buscar (el contenido es enteramente íntimo). Supongo que estaremos de acuerdo en admitir que la búsqueda de la felicidad es uno de los derechos fundamentales de las personas. De hecho, ya la Constitución de Cádiz de 1812 (llamada La Pepa) recogía de forma explícita que todos los ciudadanos, todos sin excepción, tenemos el derecho a ser felices. ¿Con qué argumento? Simple: todos tenemos el derecho a ser felices porque todos somos seres humanos, porque todos tenemos la capacidad de decidir nuestro camino y porque nadie tiene el derecho a elegir por nosotros. Así pues, la educación, la vivienda, el trabajo, la libertad, la sanidad, la información, las pensiones, la maternidad,..., todo cuanto ordene un legislador o el ejecutivo de un país, todo, debe procurar que todos sus ciudadanos, sin exclusión, puedan encontrar su particular camino hacia la felicidad. Y si no es así, ¡fuera con ellos! No hay más.

Sigo. A partir de aquí y teniendo en cuenta este derecho fundamental, debería ser fácil evaluar la acción política. Cojamos lápiz y papel y pensemos si nuestros gobernantes nos han hecho más felices, si se han dejado la piel para que todos, sin excepción, podamos ser más felices. ¿Nos han permitido encontrar nuestro camino hacia la felicidad? ¿Nos han permitido decidir nuestro presente y nuestro futuro? O, por el contrario, ¿nos han recortado y limitado nuestra capacidad de ser más felices? ¿Quizás nos han abandonado a nuestra suerte y el terreno de lo colectivo ha quedado en manos de unos cuantos poderosos? No me valen excusas, no me valen justificaciones. Si no me han ayudado a ser más feliz, no merecen seguir gobernando, son inútiles para la tarea más importante a la que puede dedicarse una persona. Seamos tajantes en esto porque en ello nos va la vida, nuestra vida, y la felicidad. Lo demás son milongas.

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