Parece que, en los últimos días, el partido de Albert Rivera, Ciutadans -o Ciudadanos, como les gusta llamarles a algún medio de comunicación catalán cuando hablan del partido y a su acción en Catalunya-, se ha descolgado con una propuesta que a los catalanes nos suena absurda: una consulta sobre el sistema de inmersión lingüística. La propuesta es absurda por diversos motivos: es extemporánea, dada la situación general de respeto entre los hablantes de ambas lenguas en Catalunya en la actualidad; es irreal, puesto que el sistema educativo bilingüe, o trilingüe en algunos casos, funciona con buenos resultados; y es artificiosa, ya que la propuesta no se corresponde con ninguna reivindicación relevante por parte de la población. Además, el hecho de reclamar una consulta da a entender que la estrategia del partido de Rivera es recoger los votos desengañados de populares y socialistas, aunque a mí me suena más a "vamos a castigar al nacionalismo con sus mismas armas, con una consulta, y en el corazón de lo que más les duele a los nacionalistas, la lengua". Esta estrategia me recuerda mucho a la reacción de esos críos que, cuando les hacen una broma pesada, contragolpean con otra broma aún más difícil de soportar, simplemente por venganza y para recuperar la dimensiones de su ego malherido. Una chiquillada vengativa en toda regla, vamos. Pero es que el tema de la lengua vende mucho en los extremos, tanto para los españolistas como para los catalanistas, y se acerca un tiempo de votos que hay que cosechar.
Pero mejor repartimos hacia un lado y hacia otro. De la misma manera que me parece una estrategia desgraciada e interesada la de Ciutadans, no me cansaré de reprochar al nacionalismo catalán su insensibilidad y la actitud desagradecida con los millones de castellanohablantes de origen que viven en Catalunya y que, por tanto, son catalanes. Me explico. Imaginemos que, por lo que fuera, tuviéramos que emigrar a un país extranjero con una lengua diferente a la nuestra y nuestros hijos nacieran allí; sería de sentido común hablarles en nuestra lengua, en la que sería la lengua materna para nuestros hijos, ya fuera ésa el catalán, el castellano o el zulú. Pues bien, como dato sociológico diré que es muy común pasearse por las ciudades del cinturón de las grandes urbes catalanas o por los barrios de Barcelona, y escuchar a padres cómo hablan a sus hijos en catalán con fuertes acentos de otras partes del estado. En más de una ocasión he oído cómo algunas parejas hablaban castellano entre ellos, pero hacían un esfuerzo por hablar en catalán a sus hijos, renunciando así a expresarse en el idioma que les pertenece y a todo lo que eso significa, cultural y sociológicamente. Por supuesto, el catalán también les pertenece, cierto, pero es muy significativo que hayan preferido renunciar a lo que podría ser un derecho natural para optar por una implicación íntima con la lengua y la cultura que les rodea. Una situación como ésta solo se puede explicar desde el compromiso personal y desinteresado con la cultura catalana. Y recordemos que más de la mitad de la población de Catalunya es emigrante o descendiente directo de emigrantes, la gran mayoría peninsulares. Desde mi humilde opinión, esos catalanes han hecho mucho más por la lengua catalana que la mayor parte de los catalanes de larga estirpe, aunque, a pesar de ello, pocas veces hayamos oído ensalzar ese comportamiento por parte del nacionalismo y sí, sin embargo, en demasiadas ocasiones hemos oído el reproche o la acusación de no ser "auténticos catalanes" por el hecho de no querer la independencia, o de ser "invasores al servicio de tiranos españoles", o de no amar a este país por no querer acatar la voluntad de la burguesía catalana, una burguesía clasista, derechona y celosa de sus privilegios.
Lo cierto es que cada vez que oigo hablar a políticos en nombre de la cultura, ya sea española o catalana, se me enciende el farolillo de "cuidado, cateto intentando aborregar al personal para instalar un sillón bajo sus posaderas", no lo puedo remediar. Pero es que con las banderas y con las lenguas siempre pasa lo mismo: es sacarlas al aire y, en lugar de ofrecerlas como amparo o como deleite, solo sirven para estrangular voluntades y escupir miserias.
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